lunes, 25 de diciembre de 2017

Quizás así...

A veces nos miramos a nosotros mismos como extraños. No sabemos bien qué ha pasado o cuándo fue, pero un día nos damos cuenta de que ya nada es lo mismo. Cuando me miréis y penséis que he cambiado, que estoy extraña, diferente... quizás deberíais pararos a llevar un rato mis zapatos.

No me gusta hablar de ti... hablarte...pero en esta ocasión es necesario. En ocasiones, cuando duermo miro al otro lado de la cama... vacío, frío... incluso a veces simulo tocar tu espalda, preguntándome si es cierto que ya no estás más, que ese lado se quedó frío, helado, como nuestro amor. Recuerdo cómo me gustaba acariciarte antes de dormir, rozar con mis dedos tu espalda desnuda como signo de cariño y protección. Pero esas caricias como todo lo demás se fueron. He dicho que no me gusta hablarte porque a veces pienso y lo siento, que no te lo mereces. Es duro para mí aún escribirte esto pero así es. Durante mucho tiempo fuiste mi bastón, mi pilar fundamental, pero luego ese bastón se fue resquebrajando y con él mi vida. No hay nada que me dé más vértigo que estar declarando esto, pero creo que es necesario. Tú fuiste mi alegría, mi vida, mi mayor ilusión... yo solo soñaba contigo, vivía por y para ti al igual que sé que tú lo hacías por mí... pero un día todo cambió. Empecé a sentir desprecio en tus palabras, en tus gestos, en tu mirada... esos ojos preciosos marrones ya no se me antojaban tan apetecibles. Cada una de esas malditas frases que repetías sin cesar y yo, sinceramente, no las pude olvidar. Lo siento, no pude hacerlo. Cada palabra mal dicha un arañazo, cada mal gesto una herida, cada mirada una decepción. Intenté olvidar todas y cada una de ellas, pero no pude. Intenté alejarte de mi cabeza y a día d hoy no he podido. Intenté odiarte y solo conseguí ira. Intenté olvidarte y solo conseguí soledad. Por eso supe, con el corazón deshecho en mil pedazos, arañado, resquebrajado, inerte, cubierto de hielo... que la mejor solución con lágrimas en los ojos era dejarte marchar. Fue así. Un día mi mente lo vio, pero mi corazón no lo quería. ¿Cómo dejar marchar a la fuente de mi felicidad? ¿Cómo dejar atrás una vida juntos, tantos planes, tantas risas, tanta lucha? ¿Cómo? Pero aquel día ya no pudo más. Se rindió tal como yo y di el paso de decirte no y con ese no, mi caparazón. Más grande y grueso que nunca, con más hielo que nunca, con más barreras que un jamás... Pero supe que la única solución era dejarte marchar. No sabes cómo dolió hacerlo, con el corazón roto en la mano, fuera de su lugar, inerte, sin vida, en la mano, sin latido. Intenté con todas mis ganas odiarte porque te lo merecías o eso pensaba en aquel momento, pero no funcionó. Intenté de todas las maneras olvidar lo malo y quedarme con lo bueno, pero a día de hoy he sido incapaz. Y ahora, unos meses después de esa entrada que escribí aquí mismo destrozada, sigo viendo mi corazón en la mano, aquel día que te dejé marchar, como aquel que observa sus sueños marcharse y no hace nada, paralizado, serio, sin expresión... solo el corazón helado y lleno de heridas en la mano, ni siquiera en su lugar. Ojalá pudiera decir que ha vuelto a latir, pero no ha ocurrido aún. Siento que aún sigue ahí helado, en mi mano, pero ahora algo ha cambiado y es que estoy mirándolo confiada. Sé por qué se heló, sé por qué todo cambió, sé por qué desfalleció y ahora lo agarro con fuerza para decirle que estoy aquí y que lo protegeré a capa y espada.

Un día mi mundo se derrumbó. Todo, apocalipsis total. Y yo no fui capaz de superarlo. Vi a mi familia hundida por pérdidas que ya eran inevitables. Un hermano, un hijo, un padre para todos, tú el que más sonreía , el más positivo de la familia, el q nos animaba a pesar d ser tú el enfermo, tu muerte cambió nuestras vidas y nos dejó muy tristes tito PEPE. Merengue, turrón, paseos al chorro, tabaco a escondidas abuelo Diego qué gran luchador hasta el final cuando no te querías marchar. Y tú mi duelo sin cerrar, mi estrellita la más brillante, la más blanca... sabes lo mucho de menos que te eché ayer en la mesa, no consigo ir a verte sin llorar, porque tu marcha, tú mi otra mitad, me dejó destrozada, ni siquiera supe reaccionar, 48 horas dijeron como aquel que dice lo que vamos a cenar... yo no podía, no supe... simplemente no te quiero dejar marchar. Y eso pesa, y pesaba en casa y nadie supo para dónde tirar. Yo que me creía la débil tenía que hacerles cambiar, tenía que hacerles ver que se tenían que esforzar pero ese día yo no pude más. Algunas personas a las que consideraba amigas me apartaron de sus vidas y sus planes, sin importar, como si no doliese, simplemente caí en la cuenta que quizás siempre fue así, solo que ahora yo veía la realidad. Y me hundí y mi mundo se derrumbó y ya no pude hacer nada. No me apetecía luchar más por los demás, cambiar a los que me rodeaban, cambiar a mi pareja, hacer ver a esas supuestas amistades el daño que causaban en mí... ya no me apetecía más y decidí lo peor que alguien puede decidir... acostarme. Me tumbé en la cama y dejé mi corazón reposar en la almohada, teníamos que descansar. No quería luchar más por nadie, no quería sentirme más así, mi vida se había derrumbado y no sabía dónde ir, no es que no lo supiese, es que simplemente no quería ir, a ningún lado, a ningún rincón. Día tras día, cansada... y un día mi madre me despertó, no podía seguir así "tienes 25 años tienes que vivir" y esa frase retumbaba en mi cabeza cada noche (gracias mamá). Y así decidí que me tenía que levantar.

Y di un paso. Recogí mi corazón de la almohada y mirándolo fijamente le prometí algo, que a partir de ahora le iba a cuidar. Cuántos días me culpé de débil, de negativa, de mil cosas... Y aún ahora, a ratos lo hago. Pero hoy y aquel día decidí perdonarme. Decidí que debía llorar porque no estaba siendo fácil. Decidí dejar de culparme de loca y ver todo lo que me había llevado hasta ahí, hasta esos días de soledad. Por eso, decidí mimar cada una de tus heridas, cada uno de tus hachazos y te puse vendas y coraza y aún sangrante, no te preocupes, cuidaré de ti.

Afronté que era la hora, que el momento había llegado. El momento de dejar ir. Aprendí que no puedo cambiar a la gente, el que quiera estar bien y el que no, gracias por lo que me ha enseñado. Aprendí a dejar marchar a gente que me hacía daño. Aprendí a no dejar mi felicidad tanto en manos de los demás. Y tú... mi gran protagonista del 2017... este año en que tanto he perdido... a ti te tuve que dejar marchar. Como aquel que observa su tren partir en las vías, como aquel que ve su mayor sueño partir, sin correr tras de ti, sin mover ni un músculo. Lo hice para no herirnos más, aunque tú quizás jamás lo verás. Fuiste la pieza que encajó mi puzzle durante mucho tiempo, pero ahora ese puzzle lo destruí. Y ahora sé que la solución no es odiarte ni perdonarte, pues ninguna de las dos es aún posible para mí, es simplemente dejarte ir. No quiero buscar culpables, solo te dejaré marchar sin mover ni un dedo porque ahora sé que no fuiste tú, que no fui yo, fue la situación.

Y así lo solté todo. Dejé ir a muchas personas, algunas más importantes que otras, allí con mi corazón vendado, herido y helado en la mano. Y comencé a tumbarme en la cama pero ahora no para dormir, sino para escuchar música, música que me sanaba el corazón. Y volví a ver películas que me alegraban ciertos ratitos y a leer a esa señorita Bebi que de tantos días grises me han sacado. Y decidí pasar tiempo con personas increíbles pero aún así más tiempo con la más increíble de todas, conmigo misma. Por eso, hay días que dicen que parezco que escupo veneno, que hay rachas en que desaparezco o días en que estoy ausente, pero sepan algo todos, hice una promesa no de año nuevo, sino de esas de toda la vida, y la voy a cumplir. Tengo que cuidarme, tengo que abrazar mi corazón y por eso a veces necesito pararme, llorar, caerme, temblar, pero luego me levanto y digo VAMOS UN PASO MÁS a veces sin fuerzas, a veces cargada de energía, pero cada día un paso más. Fue duro dejar atrás, pero fue necesario. Ahora no es que me veáis extraña es que soy diferente y tengo claro algo QUIERO CUIDAR DE MÍ. Y a veces sonrío y estoy hecha polvo por dentro y otras lloro de felicidad, pero sea como sea estoy decidida a caminar.

Quizás así... algún día entenderás que cuando estoy ausente lo necesito de verdad, que cuando lloro lo hago con sinceridad, que cuando río es porque quiero mi sonrisa y la de los demás... quizás así un día comprenderás que estoy aquí y que sin dañar a nadie me tengo que sanar. Quiero mirar los árboles, disfrutar del viento fresco en la cara, pasear por la playa y sentir el ruído del mar, tomar un café tranquila con gente de verdad, reír hasta que duela, bailar hasta que no pueda más... LITTLE THINGS

Quizás así... un día antes de juzgarme, puedas pararte a pensar que tras cada sonrisa se esconde una lágrima y tras cada lágrima un ápice de felicidad, que el día que mi corazón sane, yo espero volverlo a posicionar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario